Nos apetecía el norte pero tampoco queríamos hacer muchos kilómetros. La verdad que lo único que conocía hasta entonces de La Rioja era el vino. Nuestro destino era un pueblo llamado Villoslada de Cameros. Cuando llegamos era el típico pueblo rural de postal. Rodeado por el Parque Natural de la Sierra Cebollera. Olía a aire puro, se oía el agua del río Iregua y algún mugido que otro de la miles de vacas que por allí rondaban. Nuestro alojamiento, rural y precioso, nos hacía sentirnos como invitados de una gran familia. Teníamos cada día programado de una manera distinta, que aunque no lo parezca, en estos sitios rurales hay muchas cosas por hacer y por descubrir. Obviamente, nos reservamos un día para hacer senderismo, algo obligado en este tipo de zonas. El manto al caminar de las hojas caídas, el contraste de colores en las montañas, ríos y cascadas que salían de la nada, cuevas escondidas dentro de las montañas, animales, lagunas naturales... hacían que nuestro camino cada vez se hiciese más apasionante. También dedicamos algo de tiempo a la cultura y gastronomía, visitando la cuna del castellano y los primeros libros en San Martín de la Cogolla, algo realmente interesante. La comida casera (y abundante) era algo típico. De bebida, agua y vino, nada más. Algo que no podía faltar en nuestro viaje era la visita a una bodega riojana y los pinchos en la Calle Laurel de Logroño, pero de esto no me acuerdo muy bien por culpa del vino.
Camino de regreso a casa hacemos recuento de la cantidad de recuerdos y vistas que nos llevamos en la mochila, miles de fotos, gente increíblemente amable, buena comida y sobretodo buen vino.
Porque al fin y al cabo, no hace falta ir muy lejos para disfrutar de un bonito paisaje.
P.D. Os dejo un vídeo y varias fotos para que podáis ver un poco de lo que hablo. Aún así no lo entenderéis hasta que vayáis allí.
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